Estela


Con una puntualidad enfermiza entra a la pieza donde ya lo estoy esperando, como todas las noches, con un mate.

En un punto es lógico.

El tipo está muy solo y hace años que no vienen a verlo.

Me cuenta, nuevamente, lo mucho que extraña a su mujer. De lo perdidamente enamorado que está de ella. Yo lo escucho. No con la atención de las primeras noches pero sí tratando de darle algo de ánimo al pobre tipo.

Lo veo muy desmejorado y a medida que pasan los días este deterioro se hace mas evidente. Su ropa desteñida se asemeja a la de la pobre gente que duerme en las calles. La expresión de su rostro es el fiel reflejo de la angustia que lo envuelve.

Me da pena.

Al rato, como todas las noches, se levanta, acomoda su saco, me agradece y se retira, sumido en su dolor, silenciosamente.

La ceremonia podrá repetirse mil veces pero siempre me toma un par de minutos recomponerme. Tiene tan metido el dolor en los huesos que me termina contagiando.

Algo tengo que hacer para ayudarlo.

La noche siguiente vuelve a aparecer por la pieza. Puntual como siempre. Pero esta vez me tomo el atrevimiento de cambiar el libreto. Le pido, muy respetuosamente, que me deje hablar con Estela, su mujer. Que tenga la amabilidad de darme su número de teléfono como para poder llamarla y así poder animarla a que venga a verlo después de tantos tiempo.

Con los pocos dientes que le quedan me esboza una sonrisa y me da el número de la casa de su mujer. Se mira frente al espejo y trata, con los pocos pelos que también le quedan, de peinarse y ponerse un poco mas presentable. Antes de irse me abraza con fuerza, como queriendo agradecerme o como sabiendo que no nos volveríamos a ver nunca mas.

Me costó mucho convencer a Estela para que venga a ver a su marido. Ella guarda también en ese hilo de voz una angustia tremenda. Sin embargo, llorando, me promete que pasará el día siguiente.

Puntual como su marido llega a las doce. Sigue guardando en su mirada el brillo del que tanto me habló él. Lleva con ella un hermoso ramo de flores.

Se me escapa una sonrisa estúpida. Un reflejo. Un cierto dejo de alegría.

La acompaño, lentamente, siguiendo su andar cansino hasta donde la espera, ansiosamente, su marido. Los dejo solos. Por respeto. Para que puedan hablar finalmente tranquilos.

Estela se inclina, deja las flores y le da un beso, lleno de nostalgia, a la lápida de su marido.

Comentarios

  1. Luego Estela se va en silencio, para no hacer ruido, casi en punta de pie...
    Un beso

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  2. Me encanto! no se por que pero me recordó muchoa los abuelos...

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  3. Ahhhh, pero que desenlace...
    De verdad, que ni me lo imaginaba.
    Cuando hablaste de número de teléfono pensé en que estaban separados...(bueno, sí, de hecho, lo estaban).
    Una tumba olvidada y floreros vacíos...una imágen desolada y terrible..

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