Fantasmas


Cuando nos cruzamos en la puerta del metro me di cuenta que algo no estaba bien.

La gente, como es costumbre, se agolpó e ingresó al vagón en manada sin tomarse la molestia de esperar a que yo bajara. Nada nuevo.

Lo que me erizó la piel fue no sentir los codazos que me propinan todas las mañanas en esta patética ceremonia de ir de la casa a la oficina. Hoy fue distinto. No sentí el contacto de esos cuerpos cansinos en su atolondrada marcha hacia quien sabe donde. Hoy los traspasé. Literalmente. Hoy mi cuerpo atravezó a la orda sin sentir el contacto. Como un fantasma que atravieza una pared.

Me quedé en la estación, petrificado, cuatro minutos. El tiempo que transcurrió hasta el arribo del siguiente tren. Se abrieron las puertas del vagón y , nuevamente, una estampida de oficinistas se abrió camino hacia la salida. Me quedé quieto. Inmovil. Parado como la represa que busca contener al embravecido rio. Una vez mas me pasaron por encima. Mejor dicho por adentro. No me sintieron y no los sentí mientras los cuerpos se fusionaban. Simplemente nos atravesamos.

(¿sigue?)

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