Decisiones


En cada una de las cosas que hacemos en la vida, en un punto o en otro, tomamos decisiones. 

Algunas decisiones son mas simples, cotidianas y rara vez desencadenan reacciones irreversibles. No cambiará radicalmente el futuro comer una tostada con mermelada de frutilla o de naranja. Salvo que alguna de ellas esté vencida. Las consecuencias inmediatas pueden ser,en ese caso, por lo menos incómodas. 

De igual modo, elegir una corbata a rayas por sobre una a lunares no modificará el eje de rotación del planeta.

Las "micro-decisiones" tienen un campo de acción muy limitado y una "onda expansiva" acotada.

Luego están las otras. Las que pesan. Las que valen. Las que, sin llegar a modificar el eje de rotación de la tierra, definitivamente alteran nuestras pequeñas vidas.

No es el sabor de la mermelada ni el color o diseño de la corbata. Son las elecciones que, sin llegar a ser irreversibles, son muy dificiles de reorientar.

Lo únicamente inalterable es la muerte y, de momento, nadie ha regresado a demostrar lo contrario.

¿A que quieres llegar con todo esto?

A terminar con esta farsa.

Si la religión es el opio de los pueblos, había llegado el momento de eliminar a los carteles de la droga.

El vuelo a Roma fue placentero como un cigarro a la mañana. Roma no tanto. Demasiados italianos.

Pero no venía a encargarme de un italiano sino de un alemán. El dueño del circo. El jefe del Cartel. El Capo di tutti capi. El representante de Dios en la tierra. Su manager. Su agente. El nazi.

La idea era simple y algo alocada. Debía entrar sigilosamente durante la misa de gallo y vaciar el cargador en su cabeza. El atentado del el turco Alí Agca contra el manager anterior sería una broma al lado de mi plan.

Desayuné huevos revueltos y dos tostadas. Una se me quemó. Dos tazas de café y un jugo de naranja natural. Volví a la habitación. Me bañé y afeité. La cara y las axilas. En la cama tenía un mapa de Berlín. Dos revistas pornográficas y una biblia. Una 9mm Luger y una cerveza lager. 

En la tele pasaban "mi pobre angelito" y los preparativos de la misa de gallo. Miré hasta que dejaban a Kevin en la casa y cambié de canal. 

Repasé una y tres veces el plan. Repasé mentalmente cada movimiento, cada detalle. Puse el final de la película y salí del hotel "La dolce Vita". Saludé al conserje en perfecto alemán deseándole "Frohe Weihnachten". Me miró torcido. Algo andaba mal. 

Llevaba el arma en el bolsillo izquierdo y las balas en el abrigo azul. Las calles estaban atiborradas de gente y de gente imbécil. Los imbéciles se dirigían al Vaticano, a la Basílica de San Pedro.

Mi experiencia en recitales me había otorgada una felina destreza para ir haciéndome lugar entre la muchedumbre. En segundos me encontraba en las puertas de San Pedro. La gente lloraba. Yo no. Nunca fui bueno para eso. Sólo una vez mis ojos habían segregado liquido. Bambi, 1942.

Sonaron las campanas. Se acercaba lentamente el manager con sus colaboradores. Empujé a una chica sin brazos y a un ciego sinvergüenza. Saqué el arma y gatillé, gatillé y gatillé.

Mi abrigo azul, el de las balas en el bolsillo, yacía cómodamente en el perchero del armario del hotel "La dolce Vita".

Ahora sí me encontraba ante las puertas de San Pedro.








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